¿Porqué los jóvenes no votamos?

Siguiendo a una discusión planteada en el programa El Interruptor del canal de cable Vía X, empecé a darle vueltas a la cuestión de porqué los jóvenes no se inscriben en los registros electorales ni votan (en esta dirección pueden estadísticas sobre la evolución de la incripción electoral de jóvenes entre 1988-2000). Como debería incluirme también en este grupo, me es fácil pensar en múltiples causas que nos llevan a esto, muchas de las cuales fueron abordadas en el programa: el desprestigio de la actividad y los políticos (que como están las cosas es algo bastante merecido), el “farandulismo” de algunos, la “gravedad” de otros y la falta de opciones reales en los votos son quizás los más nombrados. A ellos, habría que sumar la falta de interés desde los políticos por la participación de los jóvenes: cuando se trata de recolectar dinero, existen todas las facilidades del mundo (p. ej. al cancelar el seguro automotriz obligatorio o al postergar el servicio militar por estudios, trámite que cuesta algo menos de US$ 10), sin embargo, la inscripción en los registros electorales es un trámite que se puede realizar sólo algunos días de cada mes en horarios incompatibles con estudios o trabajo. Además, con la presente legislación este acto se transforma en una atadura de manos de por vida, obligando a quien esté inscrito a votar en todas las elecciones o de lo contrario recibir penas que no son nada de livianas, aparte de correr el riesgo de “tener el honor” de servir de vocal de mesa. Aunque se ha propuesto hasta el cansancio la creación de un registro automático y votación voluntaria, hasta el día de hoy todo se ha quedado solamente en proyectos.

Me gustaría también anotar otro factor que probablemente influye en las bajas de la inscripción electoral: la desconexión percibida con la política. Me explico: los años 1988-1989 fueron años de conmoción política y social – muchos de quienes se inscribieron para esas votaciones lo hicieron con propósitos muy claros y con objetivos y metas tangibles. Un voto era una forma radical de decir que no al régimen de Pinochet (o sí, pero cada loco con su tema), un grito que pedía democracia y libertad. Hoy en día, en cambio, creo que ya no se vive la política como una actividad inserta en la vida cotidiana. Prácticamente es lo mismo de qué partido sea el próximo Presidente, qué Senador vaya a representarte en el Congreso. Tenemos una democracia incipiente, pero la tenemos. Fruto de una Constitución que más allá de haber sido votada o no, tenemos un orden aún militarizado y alejado de la realidad común de todos nosotros. Ni siquiera los temas que nos atañen más cercanamente nos importan porque pareciera tan grande el espacio, la distancia que separa nuestra decisión de los efectos. La política ha sido extraída del vivir cotidiano de todos nosotros, espacio al cual indudable y necesariamente pertenece, para ser puesta en manos de ese grupo de gandules llamados en su conjunto “la clase política”.