Hace un par de semanas he venido encontrándome con una serie de artículos en los que se plantea a la “piratería” (hagamos la concesión de que con esto nos referimos de forma amplia a las descargas no-oficiales de material bajo copyright) como una falla del mercado. El enfoque resulta tremendamente fresco no solamente porque es bueno encontrarse con discursos distintos a la criminalización de los usuarios/consumidores, sino porque plantea una visión totalmente práctica y propositiva en torno a lo que desde una u otra óptica puede ser considerado como un problema real.
La premisa es relativamente simple: en lugar de entender a la “piratería” como un problema legal, se comprende como un problema originado por deficiencias en la forma de comercializar contenidos.
Un ejemplo: si eras fanático de Lost y vives en un país latinoamericano, probablemente hayas optado por descargar la serie o verla en algún sitio online antes que esperar dos o tres semanas para poder verla por TV paga o meses para ver un mal doblaje en algún canal de televisión abierta… en otras palabras, la opción de recurrir a formas “no oficiales” para consumir la serie se debe fundamentalmente a un problema de acceso: ¿porqué esperar semanas o meses para ver un programa de televisión, si con poco esfuerzo puedo obtener el mismo producto antes?
Y de aquí podemos desprender tres factores clave para la comprensión del problema como un tema de negocios. Asumiendo que los usuarios estarían dispuestos a pagar por los contenidos (que lso contenidos tienen como mínimo la calidad necesaria para interesar a un mercado a adquirirlos):
- El acceso a los productos debe ser inmediata: no tiene sentido hacer fila de una hora para comer helado si al lado los están regalando
- La entrega del producto debe ser impecable: el proceso de compra debe estar diseñado de principio a fin para sugerir la mejor experiencia posible al usuario final — pensemos en facilitar desde el registro a la selección de productos y su pago (¿alguien dijo “compra con un click”?), y por supuesto se debe considerar hasta el consumo (lo que significa nada de software adicional que el usuario deba instalar, ni de codecs raros, ni de restricciones con lo que pueda hacer con su producto legítimamente adquirido)
- La calidad del producto debe ser igual o mejor a la que se podría conseguir gratuitamente — ¡vamos, que hay que vender! ¿Por qué habría de pagar por un MP3 de 320kbps? Por otra parte, si me ofrecen archivos de audio sin DRM y sin pérdida de calidad, la oferta es un poco más interesante… y si tiene un par de bonus tracks, mejor aún… o quizás acceso a una descarga extra. Y obviamente, una transferencia ultra rápida. Y acceso eterno a los productos que haya adquirido. Y si es video, que pueda elegir entre distintas resoluciones, desde una descarga liviana si estoy apurado a formatos portables en smartphones a 720 y 1080p… sin publicidad, lógicamente — en definitiva, ¿cuál es el valor agregado por el que se convencerá a los usuarios de pagar?
Los dejo con los links donde pueden profundizar más en el tema:
- Ars Technica: Competing with free: anime site treats piracy as a market failure
- Cory Doctorow en The Guardian: In the digital era free is easy, so how do you persuade people to pay?
- Enrique Dans: Guía para desarrollar servicios de descarga
- Claudio Ruiz: Mejorar la experiencia, una alternativa al paywall y Las dificultades del despegue del ebook en castellano las crea la industria editorial
- Ricardo Galli: No seamos incautos, Libranda no pretende vender ebooks