Los mismos que habían predicado ” la lucha de clases en la teoría” se apresuraban en proclamar el “fin de los grandes relatos” —entiéndase el de la emancipación colectiva— y las “teorías globalizadoras” —el marxismo a la cabeza— que habrían revelado sus falencias. Debían dejar lugar a los ” paradigmas locales”, las ” teoría de medio alcance”. A menudo importados de Estados Unidos, estos enfoques tienen la ventaja de incitar a quienes los adoptan a interpretar el mundo mirándolo de manera parcializada, dado total libertad a las empresas trasnacionales y a las instituciones internacionales a las que adhieren para transformarlo a su gusto.
Puesto en la órbita científica por Edgar Morin, el paradigma de la “complejidad” permitirá a la corporación de expertos rodear de misterio —y reservarse eventualmente su revelación— fenómenos o procesos cuya deslumbrante simpleza podría, si fueran reproducidos tal cual son, provoca reacciones emotiva difíciles de contener entre las clases populares. En cuanto a los espíritus escépticos tenían allí una sabia manera de ahogar al pez de la dominación, se les responderá inmediatamente: “no es tan sencillo” o “es más complicado que eso”, con el riesgo de acusarlos de “maniqueísmo” o “reduccionismo”, sino ceden a la intimidación.
Para financiar sus trabajos, los investigadores en ciencias sociales de responder a licitaciones o pedidos de informes, que expresan en el lenguaje de las instituciones la cuestión es que éstas deben resolver. Desde luego, se jactarán, de lado sabio, de “problematizarlas”, es decir, traducirlas en “cuestionamiento científico”. Lo que no quita que a pesar de una jerga ampulosa y a menudo abstrusa destinada a impresionar al lego, sean efectivamente las instituciones las que imponen los propios términos en los cuales los problemas deben plantearse.
Jean-Pierre Garnier — ¿Qué ciencias para qué sociedad? (en Le Monde diplomatique / julio 2008 [edición chilena])