- Ha estado delirando toda la noche sobre una pantera negra —dijo Stephen—. ¿Dónde tiene la pistolera?
- ¡Un loco temible! —dijo Mulligan—. ¿Te entró pánico?
- Sí —dijo Stephen con energía y con creciente miedo— Ahí en la oscuridad, con unos que no conozco, y que delira y gime para sus adentros que le va a pegar un tiro a una pantera negra. Tú has salvado a algunos de ahogarse. Yo no soy ningún héroe, sin embargo. Si ése se queda aquí, yo me voy.
Buck Mulligan miró ceñudamente la espuma de la navaja. Bajó de un brinco de donde estaba encaramado y empezó a registrarse apresuradamente los bolsillos.
- ¡Mierda! —gritó con voz pastosa.
Pasó hasta la plataforma de tiro y, metiendo la mano en el bolsillo de arriba de Stephen, dijo:
- Otórgame un préstamo de tu moquero para limpiar mi navaja.
Stephen consintió que le sacara y exhibiera por una punta de un pañuelo sucio y arrugado. Buck Mulligan limpió con cuidado la navaja de afeitar. Luego, observando el pañuelo, dijo:
- ¡El moquero del bardo! Un nuevo color artístico para nuestros poetas irlandeses: verdemoco. Casi se saborea, ¿no?
Subió otra vez al parapeto y miró alá, toda la bahía de Dublín, con el claro pelo roblepálido ligeramente agitado.
- ¡Dios mío! —dijo a media voz—. ¿No es verdad que el mar es como lo llama Algy: una gran dulce madre? El mar verdemoco. El mar tensaescrotos. Epi oinopa pontos. ¡Ah, Dedalus, los griegos! Tengo que instruirte. Tienes que leerlos en el original. Thalatta! Thalatta! La mar es nuestra gran madre dulce. Ven a mirar
Stephen se irguió y se acercó al parapeto. Asomándose sobre él miró, allá abajo, el agua y el barco correo que salía por la boca del puerto de Kingstown.
James Joyce (2005)
Ulises
Barcelona: DeBols!illo; p.91