Y una cosa es no sentirse obligado compartir porque nada se debe, otra muy distinta, tener la inteligencia suficiente como para percatarse de que es conveniente compartir si se desea alcanzar determinadas metas: que la cooperación puede ser beneficiosa. Por supuesto, el egoísta puede ser estúpido y no darse cuenta de que la cooperación le conviene, pero también puede ser inteligente y entender que le conviene cooperar. Los “demonios inteligentes” de los que Kant hablaba en La paz perpetua pertenecen a este segundo sector. Pero entonces el motor de la cooperación no es el reconocimiento de que existe un vínculo, sino el reconocimiento de que para llevar adelante los propios planes es preciso crear vínculos con aquellos que pueden ayudar a alcanzarlos y en la medida en que puedan ayudar
Adela Cortina — “Contrato y alianza: el pacto entre iguales y el reconocimiento recíproco”; en Cuaderno del Seminario, Volumen 2 (2006). Valparaíso: PUCV