Saltando de blog en blog a partir del siempre recomendable weeklog de Überbin, me encontré con un post de Antonio Ortiz sobre sus primeras impresiones sobre el Kindle — lo que me llamó especialmente la atención ya que estoy esperando la llegada de un nook.
Más allá de describir la experiencia de lectura, el post está teñido de una nostalgia sobrecogedora no solo por la añoranza del libro físico (el olor del papel, la calidad al tacto, la dimensión) sino también en cuanto al lugar que los libros demarcan en la memoria:
No hay consideraciones sobre la tecnología esta vez. Sólo dos apuntes más: es probable que soportemos mejor las restricciones, el control, en la literatura que en la música porque tienen un espacio muy diferente: sigo escuchando discos de hace 15 años, pero me sería muy costoso volver a los libros de aquella época. Deberíamos empezar a despedirnos no sólo del papel, de su olor y su espacio, también de la cultura de la posesión, algo cada vez más evidente en todos los “productos culturales”. El sentimiento de pertenencia de un fichero MP3, de un libro en PDF, de una película en MKV ya distaba mucho del que suscitaban sus soportes físicos; en los próximos años con los Spotifys, Youtubes y Kindles el proceso se acelerará, dejamos la cultura de la posesión para abrazar la cultura del acceso. Cuando le compro los primeros cuentos a mi hijo, cada vez tengo más la certeza de que cuando sea mayor y eche un vistazo al entrar en su habitación, no encontrará los libros que nos recuerdan quienes somos y qué lugar ocupamos en el mundo — Los detectives salvajes en el Kindle | Error 500
Y frente a esa nostalgia (en verdad, antes que ella en el párrafo anterior), esa dialéctica entre la posesión y el acceso que resulta tan acertada como incitadora de asociaciones: derechos de autor, remix, creative commons, cultura libre, ocaso de los formatos físicos/auge de las presentaciones en vivo (aunque esto tiene más que ver con música), crisis de los periódicos como bastiones de la palabra escrita (que no han sabido competir con ni en internet), literatura pop, etc… y para rematar, el primer comentario hace una síntesis notable: Y, bueno, tu hijo no encontrará los libros a primera vista, pero en el fondo tampoco importa porque ellos se lo encontrarán a él y aún le marcarán su sitio.
Continuando a la deriva, recuerdo un especial de la Revista Ñ de Clarín dedicada a la Metamorfosis del libro donde Alejandro Piscitelli escribía sobre la cultura de los poslectores, donde en uno de los puntos del rápido pero exhaustivo panorama que dibuja nos llama la atención sobre las posibilidades que la tecnología ha abierto sobre la imagen como amenaza a la lectura:
Con el advenimiento del paraíso digital y de su almacenamiento en Internet, las imágenes están siendo mas fáciles de crear, almacenar, anotar, recombinar en narrativas complejas y remanipulables por el público, que nunca antes. Por primera vez en la historia las imágenes se han vuelto maleables y líquidas como el texto. Como bits alfabéticos es posible verterlas en links y forzarlas a ser capturadas por los motores de búsqueda. En pocos años mas las alfabetizaciones mediáticas masivas permitirán el mismo tipo de creación y de consumo que el mundo del texto nos ha regalado durante siglos en el de las imágenes. Cuando ello ocurra la lectura profunda se verá mas amenazada que nunca
Pero por suerte Piscitelli no se agota en un juicio de valor sobre esta amenaza ni la necesidad de reavivar la lectura porque sí (para diatribas luditas ya nos sobra con Rupert Murdoch)… la historia nos sugiere que la textualidad parece ser nada más que un paréntesis en el arco de la oralidad — algo que dice también (desde una perspectiva totalmente distinta) Steven Johnson en el especial de Wired sobre el iPad: las mejoras incrementales continuarán, de seguro, pero habrá una disminución continua en formas radicalmente distintas de interactuar con el texto
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… y mientras sigo esperando mi nook, al menos ya sé cuál va a ser uno de los primeros “libros” (si aún los podemos llamar así) que pasarán a mi pila de lectura: La Galaxia Gutenberg