Generalmente, pienso en los viajes en taxi como una golosina.
Pero no siempre.
Alrededor de las 1:00 AM en Halloween, llamé un taxi junto a una amiga. “Conduzca hasta el frontis de este edificio. ¿Puede dejar el taxímetro corriendo mientras voy adentro para decirle a nuestros amigos que nos fuimos? Gracias… muchas gracias.”
Unos minutos después, el taxista le dijo a mi amiga que corriera adentro para buscarme porque estaba apurado y tenía a alguien esperando.
Cuando se bajó del taxi para buscarme, el taxista partió.
Con mi mochila en el asiento. Una mochila con…
- mi dinero
- licencia de conducir
- tarjeta del cajero electrónico
- llaves de mi casa
- provisiones de Halloween
- y una cámara digital.
Auch. Alrededor de $500 en cosas y líos.
¿Qué es lo que hago entonces? Ni siquiera sé qué compañía de taxis era.
Mi amiga se sintió muy mal. Dijo, “supongo que necesito aprender a confiar menos en las personas.”
Ouch. Eso suena terrible.
Perder la confianza es mucho peor que perder algunas cosas.
Así que es de este modo que estoy viendo todo esto:
Gastar $500 de vez en cuando es un pequeño precio a pagar para ser capaz de continuar confiando en las personas.
Puedo tener otra licencia de conductor. Tengo otra cámara. Tengo más dinero. Puedo comprar más lápiz labial rosado barato.
Consideraré a esta pérdida como parte de mi impuesto al optimismo. Esporádicamente pago esta tarifa (cuando las personas se aprovechan de mi confianza en la bondad) a cambio de libertad optimista.
Estaría menos a riesgo si es que me concentrara más en lo negativo. “¿Y si pasa _______?” Pero no vale la pena. El costo a mi calidad de vida (al preocuparme más) es mucho más caro que el costo de perder algunas cosas.
Aún así, cuando ya todo está dicho y hecho, creo que prefiero dulce a travesura.