Muse es uno de esos grupos muy conocidos en otros lares, pero que en Chile apenas se escuchan —vaya uno a saber si eso es bueno o malo. En lo personal, los conocí a través de su disco Origin of Symmetry en el año 2001-2002, en el que desarrollaban un sonido que se inscribía descaradamente en la línea del monumental OK Computer de Radiohead, lo que lejos de resultar odioso sólo puede significar que si disfrutaste ese disco, Origin of Symmetry resulta una apuesta segura —entre, otras, recomiendo su versión de Feeling Good.
Tras Absolution (publicado el 2003, y del destaco especialmente Time Is Running Out), el 2006 publican Black Holes and Revelations, un disco que sigue la línea de los anteriores pero que agrega algo distinto al sonido de Muse, en el que como siempre resaltan líneas de bajo potentes e hipnóticas y estructuras sencillas adornadas por un flirteo con algo como una irónica teatralidad.
Black Holes… tiene algo distinto, un sabor distinto, y es que recién ahora descubro en Muse un sentimiento de ganas de hacer música más allá de esa “cabalgata angustiosa” (permitiéndome este engendro de expresión) que dominaba sus discos anteriores. Lo increíble (y se podría decir “positivo”) es que este cambio en el matiz emocional del disco no los transforma en algo poco auténtico, sino agrega caspas de texturas que permiten distinguir y recordar más sus canciones.
Muse ha logrado crear un disco con el que sus seguidores no se decepcionarán y que al mismo tiempo podría interesar a muchos más; éste se ha transformado en una recomendación infalible.
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