Como comentaba en el post anterior -aún molesto por el incidente del hosting-, esto me ha servido al menos para dos cosas: por un lado, darme cuenta de que, aunque hace tiempo no posteaba nada muy interesante- el weblog se ha convertido definitivamente en una parte de mi vida. Tanto la costumbre de leer weblogs (a través del maravilloso Bloglines como la de tratar de poner mi cabeza en palabras se van arraigando fuertemente. Será quizás porque hace tiempo que navegar por internet era cada vez más fome y los weblogs son una fuente inacabable de noticias, rarezas, humor y demás es que junto a la infaltable revisión de e-mail en cualquier lugar donde pueda conectarme ahora también siempre tengo una ventana reservada para ponerme al día con algunos blogs.
Por otra parte, la costumbre de escribir no es necesariamente tan ligada a un blog. Más que nada, existe por un lado toda la preparación que implica el ponerse a escribir, y que en mi caso, me toma bastante trabajo: tomar un remolino de ideas y pensamientos medio acabar, ordenarlos, darles coherencia y estructurarlos de una manera en que ojalá sea bastante entendible. En otras palabras, redactar, pero no como un resultado literal, sino como proceso. Por el otro lado, y como apuntó magistralmente Mariano en su crítica a un artículo de Alzado.org, está la cuestión más innegable de todas: el ego. Claro, la posibilidad de mostrar lo que pensamos y lo que sentimos a través de un medio que nos otorga inmensas libertades (temáticas, económicas, políticas, “editoriales”) y en el que de alguna manera, algunos más, algunos menos, vamos mostrando lo que tenemos, nos vamos “desnudando” frente a nuestros lectores -que bien pueden ser ninguno, un par, o miles, pero ¿realmente importa cuántos son?- y que probablemente tenga mucho que ver con nuestro Narciso escondido, con ese egocentrismo que lleva a exponernos sin miedo; aunque quien postee se sienta como un ser miserable, probablemente va a sentirse como el más miserable de todos, o cuando menos, tan miserable como solamente él mismo puede estar. Y es en ese espacio en el que creo que caben los weblogs: en el espacio personal, subjetivo, desde el cual podemos alabar, informar, criticar, expresar o simplemente patalear, pero con la conciencia de que somos nosotros, quienes escribimos, fuente, editores y censores; en último término, responsables de nuestros dichos.