Estos últimos días he vuelto a escuchar un disco que, como pocos, merece la atención necesaria al nacimiento de una gran banda de rock: estoy hablando del disco homónimo de Iron Maiden, aquel que marcara el debut de esta legendaria agrupación en el año 1980.
Como muchos probablemente saben, este es uno de los dos discos que Paul Di’Anno alcanzó a grabar como vocalista, anterior a la llegada de Bruce Dickinson en Number Of The Beast, por lo que Iron Maiden tiene un sabor bastante distinto a lo más clásico de la banda. Por supuesto, ya se hace notar el estilo característico que Steve Harris y Dave Murray imprimen a su música, pero en esta oportunidad incluso las canciones más “épicas” (como “Phantom Of The Opera”) se ven influídas por la presencia de Di’Anno, lo que da como resultado piezas que suenan más a rock ‘n’ roll que a heavy metal (o, más técnicamente, NWOBHM).
Desde la inicial “Prowler” hasta la última pista (la que obviamente se convertiría en una especie de himno de grupo, “Iron Maiden”) la tónica es similar: guitarras rápidas y distorsionadas, riffs potentes que evocan tanto a Led Zeppelin como a Sex Pistols a la vez, sobre senda base de batería y unas líneas de bajo tan sobresalientes como probablemente nunca antes se habían escuchado en el rock. Dignas excepciones son “Remember Tomorrow”, mezcla de calma y energía y “Strange World”, una especie de balada con inolvidables solos de guitarra.
Este disco es, más allá de toda duda, un clásico; quizás diste de entrar en la categoría de los imprescindibles (en la que encontraríamos, por su parte, a “Number of the Beast”) pero sólo por poco. Si bien es cierto que finalmente fue la voz de Bruce Dickinson la que se hizo inmortal junto a Iron Maiden, este registro con Di’Anno tiene un brillo propio e irrepetible.