- Tú no eres creyente, ¿verdad? —preguntó Haines—. Quiero decir, creyente en el sentido estricto de la palabra. La creación desde la nada, los milagros y un Dios personal.
- No hay más que un sentido en esa palabra, me parece —dijo Stephen […]
- Sí, claro —dijo, mientras seguía otra vez—. O se cree o no se cree, ¿no es verdad? Personalmente, yo no podría tragar esa idea de un Dios personal. Tú no lo aceptas, supongo.
- Observas en mí —dijo Stephen con sombrío disgusto— un horrible ejemplo de librepensamiento.
James Joyce (2005)
Ulises
Barcelona: DeBols!illo; p.109