(…) la pequeña burguesía intelectual creía en la izquierda; la izquierda era su partido desde hacía decenios, precisamente porque no era solamente el suyo. En una noche de derrota y retirada, se encontró sin partio. Peor aún, pronto tuvo que preguntarse si acaso alguna vez lo había tenido. Aparentemente, la izquierda no tenía nada que hacer con ella. Los gobiernos de izquierda no habían parado de maltratarla. Le habían mostrado su desprecio, tratándola como estiércol para tan sólo fertilizar las tierras grávidas de cosechas futuras (los barrios periféricos, las campiñas, los start up, los cantantes de variedades, etc.). Le habían hecho la vida imposible al permitir derramarse río abajo todo aquello que le importaba —la educación, el hospital público, la lectura—. Y mira por donde, a la hora de la derrota, se la acusó: todo era culpa de los intelectuales que creen saberlo todo mejor que nadie.
Jean-Claude Milner, La política de las cosas